21.12.09

Arte narrativo

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Las imágenes artísticas han sido empleadas a lo largo de la historia con diversas finalidades, desde la prehistórica propiciadora hasta la puramente estética (el arte por el arte) del mundo moderno. A lo largo de la historia, ellas fueron instrumentos transmisores del conocimiento, útiles en tiempos en que la mayoría de la población era analfabeta, ya que servían como verdaderas narraciones visuales de historias.
Esta característica del arte fue desde el medioevo en adelante aprovechada por la Iglesia para transmitir conocimientos teológicos a través de la representación de figuras sacras, su vida y sus acciones. Era una manera de llegar al pueblo que, si bien no sabía leer dichos episodios, sí los conocía “de oídas” y era capaz de descifrar las imágenes y a qué hacían ellas referencia. El modelo empleado para estas representaciones variaba en función de la técnica artística usada, mas algo común a casi todas estas representaciones era el formato secuencial; es decir, los diversos estadios de las historias se representaban en viñetas (que hoy día serían de algún modo el equivalente a las historietas actuales).

Así, el pueblo podía distinguir a los diversos personajes que aparecían representados en las obras religioso-narrativas. Estas representaciones no buscaban tanto la obtención de un aspecto “natural” como una impresión en el creyente. En un principio rígidas y distantes, las imágenes representadas tenderán a acercarse al fiel mediante una remisión a su entorno y cotidianeidad o la inclusión de un componente de carácter supersticioso (las representaciones cosmológicas, por ejemplo, presentes por lo habitual bajo la forma de los signos del zodíaco). El uso de imágenes narrativas también formó parte de otros espacios, tales como los claustros, cuyos capiteles historiados eran viñetas en movimiento muchas veces. Esta decoración era una manera de ayudar a los fieles a comprender la fe y, por consiguiente, en la mayoría de los casos las escenas provenían de la Biblia. Las puertas han sido otro soporte sobre el que se han volcado historias; historias que “daban la bienvenida” al fiel ya desde el mismo momento del acceso al templo. Puede añadirse así un valor más a la función que desempeñaban las imágenes narrativas desde el siglos XII en adelante: preparar al creyente. Eran una especie de presentación inicial de la fe que se guardaba y que aguardaba en el espacio sagrado subsiguiente. De gran valor simbólico es por ejemplo la Puertas Este del Baptisterio de Florencia, mejor conocidas como las “Puertas del Paraíso.”

En el ámbito profano también existen ejemplos de la capacidad narrativa de las imágenes. Es posible conocer la historia de los marinos mercantes de la cual habla Alfonso X el Sabio en su cantiga XXXV aunque quien las perciba sea analfabeto y ello gracias a un pergamino que acompaña a dicha cantiga y reproduce visualmente lo que ésta cuenta. Es a partir de ejemplos como éste que la imagen se vuelve acompañante complementario del texto. Si bien el servicio mayor de las escenas secuenciadas ha sido el prestado por las obras de arte religiosas, muchas de ellas terminaron por constituir auténticos muestrarios iconográficos al servicio de la copia (tanto en el ámbito profano como en el religioso). Ello se debe a que otra de las funciones que ejercieron las imágenes artísticas a lo largo de los siglos ha sido la de servir de modelos. Las historias representadas desde el medioevo en adelante fueron repetidas constantemente, cosa que en buena parte se debió al hecho de que todas derivaban de una misma narrativa: la Biblia. Sólo con el tiempo los temas iniciales fueron transformados y las escenas se volvieron más complejas y elaboradas (en el número de personajes, la representación del entorno, etc.). Con la invención de la imprenta de caracteres móviles en el siglo XV, la función de las imágenes como repertorios reproducibles llegó a un punto hasta entonces desconocido. La difusión pasó a ser importante y común desde entonces el encontrar obras que presentan gran similitud, tal como sucede con los grabados de Durero.

Los artesanos y artistas que se encargaban de realizar las obras estaban sujetos a las exigencias de sus comitentes, en un principio la Iglesia, principal demandante del arte narrativo de la Edad Media, aunque luego también cofradías y confraternidades. Así, el énfasis en la representación narrativa era inexorablemente ajustado a las necesidades del cliente, satisfaciendo sus necesidades y exigencias. Pero ellas cambiaron con el paso del tiempo y a la par que cambió la sociedad, porque el arte no sólo recoge los conocimientos y el espíritu de una época, sino que a su vez es reflejo de la misma. Y si, por ejemplo, la obra del anónimo artesano medieval tuvo que ajustarse estrictamente a las indicaciones de los profesores de teología, ya en el Renacimiento Miguel Ángel expresaría su sentir más íntimo en pleno cielorraso de la Capilla Sixtina, cubriéndolo de ignudi (jóvenes atletas desnudos, que se supone encarnan la fuerza de quien cree).

Hoy día, aunque parezca que todos estos modos de expresión pertenecen al pasado, la comunicación a partir de escenas secuenciadas continúa vigente. Sin entrar ya en la más obvia como son los planos que el cine pone en movimiento, encontramos que este mismo sistema aún se sigue empleando en nuestra sociedad, bien con finalidades de corte ilustrativo, de advertencia, e incluso humorísticos.

El presente texto tiene su fuente de inspiración en "El poder narrativo del arte," Artelista, 13.8.2008.

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